Leticia
Antes de quedarme embarazada, y al ser mi primer hijo, no me había planteado nunca cómo quería que fuera mi parto, ya que para mí sencillamente era un maravilloso proceso natural. Pero al empezar a informarme sobre dónde dar a luz, encontré que en la mayoría de los hospitales no enfocaban el parto como yo habría esperado, sino que aplicaban protocolos con demasiada intervención, según mi parecer.
Yo no quería nada de eso, a no ser que fuera estrictamente necesario.
No me asustó nunca el dolor, ni el esfuerzo, pero sí que no respetaran mis deseos de tener un parto lo más natural posible.
Por suerte, a mitad del embarazo conocí a la doctora Suárez. Me quedé maravillada con el trato que da en las consultas. Ella transmite puro amor por su trabajo, confianza total y muchísima comprensión y respeto a la mujer y al proceso del embarazo y el parto. Enseguida supe que quería que ella me atendiera, y en cuanto me enteré de la existencia de su unidad de parto natural y cómo enfocaban todo el proceso, decidí que era allí donde quería que naciera mi niño. Y así fue. Poco después conocí a Marina y a Silvia, dos bellísimas personas a las que no podré estar nunca más agradecida por su trato y apoyo, siempre atentas, muy cercanas y proporcionando muchísima información, de modo que te hacen sentir confiada y segura.
Me puse de parto en la semana 39+4 días. A lo largo del día tuve un par de contracciones algo más dolorosas que las que había tenido anteriormente, pero muy distanciadas en el tiempo. Sin embargo, alrededor de las 7 de la tarde, empecé con contracciones muy seguidas y largas (cada 4-6 minutos y con un minuto aproximado de duración) aunque no me parecían del todo regulares. Pensé que era posible que al rato se calmaran y aún no estuviera de parto. Tras un par de horas hablé con Silvia quien me tranquilizó, me recomendó relajación y que descansara lo más posible, así esperaríamos a ver qué ocurría. En casa procuraba sobrellevar el dolor de la mejor manera, aceptándolo, pensando que cada contracción me acercaba más a ver la carita de mi bebé y tratando de ayudarle lo máximo posible.
Intentaba hacer respiraciones abdominales y relajarme como me habían enseñado, paseaba por mi casa, movilizaba la pelvis sobre la pelota de gimnasia. Tras varias horas las contracciones continuaron igual de seguidas, además, comencé a sangrar de manera no abundante pero sí regular. Así que hablé de nuevo con Silvia, quién me tranquilizó otra vez diciéndome que todo aquello era normal, que tratara de relajarme con una ducha y así aguantar en casa todo lo posible. Eso hice, aguanté en casa hasta bien entrada la madrugada, momento en el que las contracciones se hicieron más intensas y dolorosas. Mi marido llamó a Silvia de nuevo y entre todos decidimos que era el momento de acudir a la clínica. Al llegar, Silvia nos estaba esperando, y tras explorarme me dijo que ya estaba dilatada de 6 centímetros. ¡Menos mal! Pues algo que me daba miedo era estar muy poco dilatada y que el proceso se alargara mucho. Pasamos a la preciosa habitación morada del área de parto natural.
¡Qué maravilla de habitación! Recuerdo la paz, el aroma de las esencias que Silvia iba poniendo, la música, el sonido de la bañera llenándose. Todo me llena de alegría cuando lo recuerdo. Ella estuvo con mi marido y conmigo en todo momento, pendiente de lo que pudiéramos necesitar pero sin invadir nuestra intimidad. Cada poco tiempo monitorizábamos al bebé para asegurarnos de que todo estaba correcto. Ella me ofrecía agua para beber, y a veces algún bocado para mantener las fuerzas. En la bañera las contracciones se llevaban mejor, aunque algunos ratitos prefería salir y caminar o sentarme en la pelota. Y así fueron pasando las horas. Finalmente fue necesario romper la bolsa, ya que había mucha agua y esto impedía que la cabeza del pequeño bajara más. Ella me preguntó primero si estaba de acuerdo y me explicó cómo lo haría. Yo no noté absolutamente ningún dolor. La dilatación de los últimos centímetros se me hizo un poquito más larga y dolorosa, pero llegó un momento en el que sentí que tenía muchas ganas de pujar. Enseguida apareció la doctora Suárez, como siempre con una sonrisa de oreja a oreja, palabras de ánimo y mucho cariño. Al bebé le costó bastante rato hacer el último giro necesario, la doctora me indicó en qué postura debía permanecer un buen rato para ayudarle a girar. Pasadas un par de horas, ya estaba todo preparado, tocaba pujar un poco más y por fin recibir al pequeño. Para entonces, Silvia tuvo que marcharse, y vino a relevarla Marina, todo alegría y ánimo. Tuve mucha suerte de poder estar con ambas aquel día. Ella me fue animando y me enseñaba con un espejo la cabecita del pequeño y los progresos que íbamos haciendo con cada pujo. Incluso con fotos del móvil, ¡para que no me lo perdiera! Mi marido estuvo todo el rato a mi lado, animándome y sujetando mi mano. La doctora no dejaba de animarme también, y fue ayudando poco a poco a que el bebé saliera.
El pequeño Marcos nació casi a las dos de la tarde. Prácticamente con la misma inercia con la que salió de mí, la doctora me le puso encima. Y ahí, en mi pecho y haciendo piel con piel sin interrupción, estuvimos algo más de 2 horas antes de subir a la habitación. Marina esperó pacientemente a que expulsara la placenta y la doctora me dio un par de puntos.
Respecto a la lactancia, el bebé cogió el pecho a los pocos minutos de nacer. Posteriormente, Marina nos visitó tanto en el hospital como en casa para ayudarnos con este tema y cualquier otro que nos surgiera ¡y qué bien nos vino! Desde luego, una maravilla de atención todo el tiempo, lo repetiría mil veces. ¡Muchísimas gracias de corazón a las tres!