Testimonio Antia
Viví un embarazo tranquilo, estaba confiada y segura, deseando llegar a término para vivir la experiencia de PARIR. Mucho antes de pensar en quedarme embarazada descubrí la corriente de “El parto es nuestro”, empecé a leer sobre el tema y desde entonces tenía claro que lejos de ser un mero trámite para traer al mundo a nuestros hijos, el parto era una experiencia que quería vivir.
Toda la confianza que me acompañó durante el embarazo se desvaneció el día que ingresé en el hospital después de llevar más de 12 horas con la bolsa rota sin rastro de contracciones. Esa misma mañana la dra. Suárez confirmó en la consulta que la bolsa estaba rota y me explicó la necesidad del ingreso para ponerme antibiótico y evitar infecciones así como el proceso que íbamos a seguir en caso de que mi bebé no se decidiera a nacer: propess al día siguiente y si no se desencadenaba tampoco el parto, oxitocina.
Yo me había imaginado mi parto cientos de veces, pero ninguna empezaba así. Confiaba en que al caer la noche se desencadenase el parto… pero no fue así. Tampoco sirvió de mucho el propess que me colocaron en planta al día siguiente, ni los paseos por los pasillos y escaleras del hospital… Llevaba casi 48 horas con la bolsa rota, sin síntomas de parto y sabía que al día siguiente mi bebé tenía que nacer. No había dormido nada la primera noche de hospital y la anterior en casa, cuando rompí aguas, me la había pasado dando vueltas en la cama, así que consulté con la dra. Suárez si podía tomar algo para dormir y estar fresca el día del parto. Ella me dijo que sí aunque llegó la noche y yo tenía mis dudas, me preocupaba estar retrasando las contracciones y el parto por estar medicada, así que le escribí a Patricia, que me tranquilizó y me animó a tomarlo, insistiendo que lo importante era descansar y empezar bien el día siguiente, cuando sí o sí iba a nacer mi bebé.
Llegó el día de la oxitocina, estaba deseando que me bajasen a la sala de parto natural y empezar con el trabajo de parto. Fue entrar en esa sala y se disiparon todas las dudas y miedos que me habían invadido los dos días de ingreso. Yo no quería un parto intervenido, por eso la inducción me daba terror. Sin embargo, yo formé parte de ese pequeño porcentaje de partos que comienzan con rotura de bolsa; que, después de ello, no comienzan las contracciones; y que a pesar de haber utilizado oxitocina, no fue necesario recurrir a la epidural, emplear instrumental ni practicar una cesárea. Sobre las 12 del mediodía, Patricia me puso la oxitocina, me retiró el propess que llevaba desde el día anterior y comprobó que estaba dilatada de 1 o 2 cm. Coincidió que ese día ya había atendido dos partos seguidos antes que el mío así que vino Marina a darle el relevo. Hasta entonces, Patricia estuvo con nosotros al pie del cañón, nos animó a que pidiésemos algo para comer, nos acompañaba y a ratos nos dejaba a los dos solos.
El monitor inalámbrico no funcionaba y me explicaron que era necesario monitorizar al bebé de forma continua. A pesar de los cables, me moví con libertad porque ellas en todo momento priorizaban mis necesidades al protocolo de la monitorización continua. No empecé a sentir contracciones dolorosas hasta tres horas después, aproximadamente, de empezar con la oxitocina. Poco después llegó Marina, que al rato me hizo un tacto: 3-4 cm. Pensé que todavía nos quedaba mucho trabajo por delante. Hasta entonces fui soportando las contracciones de pie, apoyada en la cama y a ratos, sentada en la pelota. Pero a partir de ahí el dolor fue en aumento, se irradiaba a los riñones y no encontraba una postura en la que me sintiese cómoda. Marina me dio masajes en las lumbares y le enseñó a mi marido a hacerlo, aunque no se le daba nada bien jeje. Me propuso meterme en la ducha para sobrellevar el dolor. En ese momento cada contracción me paralizaba, justo antes de entrar en la ducha empezó una y si Marina no me empuja dentro, yo no habría sido capaz de meterme en ella. La sensación al entrar en la ducha caliente fue de relajación total e inmediata, sentí que todos los músculos de mi cuerpo descansaban. Pero enseguida el dolor fue a más, estaba aumentando exponencialmente y la sensación era muy diferente: los retortijones se convirtieron en presión, sentía como si un huevito estuviese intentando salir y mi cuerpo lo estuviese empujando contra mi voluntad. Entré en una fase diferente del parto: ya no podía hablar ni quería que me hablasen, empecé a sentir miedo porque no sabía a qué se debía esa sensación, recordaba que solo había dilatado 3 o 4 cm y pensaba que no iba a ser capaz de soportar eso mucho más tiempo. Si no mencioné la epidural fue porque sabía que ya no estaba en condiciones de tomar una decisión así. A partir de aquí, recuerdo todo muy vagamente, como si yo no estuviese dentro de mi cuerpo. En la sala cada vez había menos luz, gracias a Marina que iba preparándolo todo para el gran momento y, por lo que cuenta mi marido, cada vez hacía más calor. Salí de la ducha e instintivamente me arrodillé delante de la bañera, apoyé los brazos y la cabeza sobre ella y allí pasé varias contracciones, diciendo que me dolía muchísimo. El óxido nitroso fue un gran descubrimiento, a pesar de que yo era reticente a usarlo, me ayudó a centrarme en la respiración y olvidarme un poco del dolor.
Encontré en Marina el apoyo que necesitaba: yo sentía miedo, desconcierto por esa intensidad en esa fase del parto -lo último que sabíamos era que hacía apenas una hora estaba de 3 o 4 cm-, pero ella normalizaba esa sensación, verbalizaba lo que efectivamente yo iba sintiendo y eso me daba muchísima tranquilidad. Supongo que su experiencia le hizo ver que no faltaba mucho así que llenó la bañera y me recordó que el agua caliente me estaba esperando. Las contracciones ya eran tan intensas que no recuerdo si sentí alivio, en ese momento solo pensaba en sobrellevar cada una y acercarme más al final. Marina me propuso hacerme otro tacto para lo que tenía que tumbarme boca arriba. Fueron solo unos segundos pero nunca olvidaré cómo aumentó el dolor al cambiar de postura, era insoportable estar tumbada boca arriba. Dijo: “pero si ya está aquí la cabeza!”, lo que sirvió para motivarme y sobre todo tranquilizarme: la intensidad del dolor ya me cuadraba con el final del parto y esa sensación que notaba era la cabeza de mi niño al que no le quedaba nada para nacer.
El expulsivo fue muy rápido y a partir de aquí, supongo que gracias al agua, no recuerdo sentir dolor sino una sensación muy desagradable, mi cuerpo empujaba solo. Noté cómo salía cada parte de su cuerpo pero sin dolor. La ginecóloga, Simona Chirollo, llegó y se presentó sigilosamente. Y en no más de 10 minutos tenía a mi niño en los brazos, solo 7 horas después de comenzar con la oxitocina, sin necesidad de ninguna intervención.
El cordón lo cortó su padre, cuando dejó de latir. Salí de la bañera y nos fuimos a la cama para revisar la zona y coser. No me apetecía nada que me anduviesen ahí y me revolvía un poco pero la ginecóloga, lejos de ridiculizarme, como suele ocurrir en situaciones así, fue en todo momento súper cuidadosa y comprensiva.
Fue tan íntimo, tan bonito, tan normal, que no me parecía cierto y días después del parto no podía ni pensar en ello por la pena que me daba no poder volver a vivirlo. A día de hoy, miro a mi niño y pienso que no podíamos haberle procurado un nacimiento mejor. Espero que cuando crezca un poco y vea el vídeo de cómo llegó a este mundo, se sienta especial, único, digno, por haber recibido en ese momento no solo el amor de sus padres sino también el respeto de los sanitarios, que atendieron nuestro parto como si fuese único, como lo requería en cada momento, según nuestros deseos y necesidades, sin protocolos rígidos e impersonales.
Siempre recordaré con cariño a la persona que menciono decenas de veces en este relato: Marina, la matrona cuyas manos fueron las primeras que tocaron a mi hijo, con la misma profesionalidad y afecto con los que me acompañó a mi durante todo el proceso, inspirándome tranquilidad, seguridad y anticipándose a mis necesidades.
Creo que el parto es una experiencia crucial en la vida de una mujer y tenía claro que en mi mano estaba el salir devastada o empoderada. Elegir al equipo One To One me ha permitido guardar para siempre un recuerdo envidiable de ese momento.