Patricia
El pasado 26 de septiembre a las 2 de la madrugada comencé a sentir contracciones más fuertes de lo que había sentido hasta entonces… estuve despierta hasta que pude confirmar que no se iban y eran cada vez más regulares, así que, sobre las 3am desperté a Matthew, mi marido… ¡esto va en serio!
Tras media hora controlando el tiempo de las contracciones, Matthew llamó a Silvia, nuestra matrona, quien nos aconsejó esperar en casa hasta que fueran más frecuentes. En ese momento, tenía contracciones cada 6-8 minutos, así que parecía que iba a ir para largo… Silvia nos aconsejó utilizar la pelota de pilates, calor en los riñones e incluso la ducha o bañera para hacer más agradable la espera en casa. Y eso hicimos. Reconozco que el dolor era llevadero, y junto con la respiración podía sobre llevarlo. Además, la bañera me ayudaba mucho a relajarme.
A las 6 de la mañana decidimos llamar a Silvia para vernos en el hospital, pues al vivir a las afueras queríamos evitar el atasco de entrada al centro que empieza a las 7 am. Una vez allí, me exploró y nos comunicó que aún no había dilatado nada, aunque en la exploración había
tocado la cabecita de nuestro bebé, por lo que estaba muy bien posicionado para nacer. Así que decidimos volver a casa, para evitar que se nos hiciera más larga la espera en el hospital. Allí pude desayunar entre contracción y contracción, me tumbé en la cama para intentar descansar, aunque no pude pegar ojo pues el dolor iba en aumento. Volví a usar la bañera de casa, y le pedí a Matthew que me recordara lo bien que me sentía cuando entraba en el agua caliente, por si más adelante me daba pereza… Intenté comer, aunque cada vez se me hacía más cuesta arriba. Y a las 5 de la tarde volvimos al hospital, pues no podía seguir aguantando el dolor en casa.
Una vez llegamos, el ginecólogo de urgencia, me exploró y nos confirmó que había dilatado 4 centímetros, y que nos quedábamos, ¡estábamos de parto! Llamaron a Silvia, que llegó enseguida y fuimos a nuestra habitación en la Unidad de Parto Natural. ¡Allí nacería nuestro bebé!
No tuve contracciones regulares en todo el parto, por lo que entre contracción y contracción, conseguía descansar unos minutos, pero el dolor iba a más y pedí ayuda a Silvia. Comenzamos con el “gas de la risa”, que a mi particularmente no me hizo ningún efecto, más allá que centrarme en respirar en el momento álgido del dolor de la contracción. Luego probamos con media dosis de analgésico intramuscular y me ayudó bastante. Además, lo combinamos con la bañera, que como decía anteriormente, me relajaba mucho. Aproveché para comer unos frutos secos y chocolate que habíamos llevado y me tomé un Aquarius mientras estaba en la bañera pues me sentía un poco mareada del calor del agua.

La presencia de Silvia durante el tiempo de dilatación fue muy discreta pero clave… me aconsejó diferentes posturas (liana, pelota, cama…), me dio masajes en los riñones, recuerdo sus palabras de ánimo y su dulzura cuando yo más cansada estaba… Cuando había dilatado prácticamente del todo, Silvia nos aconsejó romper la bolsa para acelerar un poquito el trabajo de parto y en poco tiempo me entraron ganas de empujar. Así que entramos en la bañera y comencé con los pujos de la mano de 3 maravillosos animadores: mi marido, Silvia y María, ginecóloga del equipo de Ana Suárez. Reconozco que ésta fue la parte más dura. Llevaba muchas horas sin dormir, aguantando el dolor de las contracciones y se alargó bastante. Estuve 2 horas empujando cada vez que venía una contracción hasta que nació nuestro bebé. Y es que venía con la manita en la cara y dos vueltas de cordón, que aunque no la asfixiaba, dificultó mucho la salida, pues al acortar el cordón, lo que conseguía que saliera durante la contracción, volvía para adentro. Los ánimos de los 3 fue lo que me dio fuerzas para seguir. Se dejaron la piel conmigo. Además, tocar la cabecita con mis dedos y verla salir en el espejo, me alentaron a seguir empujando hasta el final. A la 1:55 am del ya martes 27 de Septiembre, por fin nació, y fue muy emocionante escuchar a Matthew, entre lágrimas, decir “¡Es una niña!”, pues habíamos aguantado todo el embarazo sin saber el sexo. Le ofrecieron cortar el cordón a Matthew y mientras yo salía de la bañera hizo piel con piel con él, y tras una rápida exploración por parte de la pediatra, enseguida la pusimos al pecho hasta que subimos a nuestra habitación. En el hospital estuvimos menos de 48 horas, pues mis controles y los de Emma, nuestra hija, estuvieron todos bien y nos ofrecieron la opción de hacer la prueba del talón (se hace a las 48 horas) en casa y como vino Silvia al día siguiente a visitarnos, se la hizo ella.
Gracias a María por respetar mi parto, sin ningún tipo de intervención innecesaria y sin episiotomía. A Silvia, por su luz, su dulzura, su discreción, sus recomendaciones durante el parto y posteriores, sobre los cuidados del bebé, la lactancia, resolver nuestras dudas… y muy especialmente a Matthew, mi pilar, que sin él, sin su energía y sus cálidas palabras y ánimos, no hubiera sido posible traer al mundo a nuestra hija de la forma que tantas veces nos habíamos imaginado juntos. ¡Muchas gracias!