Miluka
«He empezado muchas veces pero es que ¿cómo se comienza a escribir un parto? ¿Cómo cuento aquél día que Leo y yo dimos a luz? ¿Dónde empieza el parto, a la primera contracción, a la expulsión del tapón mucoso, al primer presentimiento? Algo tengo claro, no fui yo quien di a luz a Leo, fuimos Leo y yo quienes dimos a luz a Leo. Acompañados en todo momento por el equipo más amoroso que existe en la tierra: el papá de Leo a la cabeza, Silvia, la matrona al frente y la ginecóloga Ana María Suárez.
Eran las 17 horas. Estaba en casa, habían venido unos albañiles a acabar con la barandilla de la escalera y yo estaba en la cama que me había echado un ratito a descansar. De repente, rompo aguas, era mi primera vez rompiendo aguas, por lo que creía que me estaba haciendo pipí, pero no había quien lo parase, por lo que entendí que eso no era pipi, era Leo llamando a la puerta de salida.
Por suerte, Jorge no había ido a trabajar esa tarde porque a la mañana expulsé el tapón mocoso y le dije que podía ser que me pusiera de parto.
17:10.
Miluka: “Jorge, ¡ven!”,
Jorge: “¿Qué pasa?”,
Miluka “He roto aguas.”
Jorge: “¿Y ahora qué?”
Miluka: “Ni idea”. Voy a llamar a Silvia a ver qué me dice.
Silvia: “Tranquila Miluka, ¿el agua era transparente?”
Miluka: “Yo creo que sí”.
Silvia: “Vente al hospital y te reviso”.
En cuanto colgué, comenzaron las contracciones. Le pedí a Jorge que fuera controlando cada cuanto me venía una contracción. Al principio venían cada seis minutos y mientras hacía la maleta (esa que tienes que tener preparada 3 meses antes) las contracciones empezaban a venir cada menos tiempo, por lo que me empecé a hacer a la idea de que no volvería a casa después de la revisión.
Miluka: “Jorge, prepara el palo santo, los inciensos y coge el Ipod que yo creo que nos quedamos en el hospital”.
Jorge: “Vale, vale, ¿llevamos todo? ¿Qué te llevas de ropa para el hospital”.
Miluka: “Ni idea, no te preocupes, llevo varios camisones y lo que llevo puesto. Llamo a un taxi que venga en 10 minutos”.
Entendí que Leo había llamado a la puerta de salida con la intención clara de salir.
Ya en el taxi, hice la primera llamada.
Miluka: “Mamá, papá, que voy para el hospital, que me van a hacer una revisión pero que seguro que me quedo porque no paro de tener contracciones (…) Si, sí, estoy bien, con lo que me digan os cuento.
Padres de Miluka: “Tu madre ya está haciendo la maleta, salimos para Madrid”.
Miluka: “Vale, vale, pero no vengáis al hospital que yo estaré meditando”.
Padres de Miluka: “No te preocupes que estamos muy tranquilos.”.
Desde el taxi creé varios grupos de WhastApp para que todas las amigas estuvieran avisadas, llamé a mi hermano que me dejó claro que en 24 horas estaría Leo en el mundo, pero yo en ese momento no me creía que iba a parir, ni en el propio parto te crees que estás pariendo.
Llegamos al hospital y nos encontramos con Silvia, la matrona. Era la primera vez que la veía y en ese mismo instante sentí: “es ella, ella es la persona que quiero que me acompañe en este viaje”. Su voz, su mirada, su manera de tratarme era tan bonita, tan de hermanas, que me sentía tranquila, feliz, en buenas manos. Me ayudó con todo lo burocrático para que yo siguiera en el viaje de dar a luz, para que me sintiera como en casa. En todo momento me decía que estuviera tranquila, que no dejara que nada ni nadie me sacara de lo que estaba viviendo, que si era necesario cerrara los ojos. Cerré los ojos y no los abrí hasta que estaba Leo en este mundo.
Fuimos a la sala de parto natural para ver cuántas contracciones tenía y vimos que eran bastantes, cada cuatro minutos, y que ya estaba dilatando, por lo que me dejaron ingresada en la habitación en que estaría cuando diera a luz. Silvia continuaba recordándome que aunque estuviera allí no cambiara la energía, que ella se iba a ir y que volvería en unas horas cuando estuviera más dilatada.
Miluka: “Te has enterado, Polita, ¡viene en unas horas!”
Jorge: “¿Qué quieres que haga mientras?”
Miluka: “Nada, Polita, tu duérmete, el viaje va a ser largo, si quieres cómete lo que me han traído para cenar, yo no tengo hambre. Ponme el mantra Grace of god de Gurunam Singh.”
Serían las 21 horas. Leo y yo comenzamos a meditar juntos, así hasta el día de hoy.
La matrona de guardia me dijo que si quería ir dándome duchas de agua caliente lo hiciera, que podían ayudarme. Me di alguna pero, cuando venía la contracción, estar en la ducha no me ayudaba y prefería estar dando paseítos por la habitación y el hospital. La ducha es un espacio muy pequeño para surfear una contracción.
Pasaron varias horas y seguía sonando el mismo mantra, las contracciones venían cargadas de energía y fuerza, como una ola gigante -se iban pero no más de un minuto-, eran fuertes pero me dibujaban una sonrisa en el bajo vientre porque sabía que era Leo llamando con mucha fuerza. Eran tantas y tan seguidas que notaba que ya estaba dilatada de cuatro o cinco centímetros, y como no daban tregua, llamé a la matrona de guardia para que me pusiera en monitores.
Matrona de guardia: “Vamos a ver, vamos a ver. ¿Todas estas contracciones son tuyas?”
Miluka: “Ya te decía yo que no me daban tregua.”
Matrona de guardia: “Si me permites voy a hacerte un tacto para ver que estás ya dilatada”.
Miluka: “Sólo si es necesario.”
Matrona de guardia: “No te preocupes, lo haré con cuidado. Estás dilataba de 5 centímetros, voy a llamar a Silvia para que venga ya.”
La matrona de guardia llamó corriendo a Silvia para que viniera a por nosotros, ya estaba preparada para ir a la sala de parto. Esos momentos son increíbles, ojalá hubiera imágenes de Jorge y mías recogiendo las cositas para bajar a la sala de parto, de nuestras caras de somos padres primerizos, esperando a nuestro primer hijo. Caras de no sabemos nada, estamos llenos de ilusión y el mismo mantra de las nueve sigue sonando.
Mientras esperábamos a Silvia, continuaba con los ojos cerrados, haciendo el movimiento del infinito y visualizando a Leo en este mundo. A cada contracción recordaba que ya quedaba menos tiempo para que Leo estuviera con nosotros, recordaba que era su manera de ayudarme a venir, bendecía cada contracción por fuerte que fuera.
Jorge: “Miluka, acuérdate de respirar, recuerda lo que nos han dicho.”
Miluka: “Vale, vale”.
¡En esos momentos no hay persona humana que recuerde lo que le han dicho! Estás inmersa en una meditación profunda, entre el bebé, la madre naturaleza y tú. No creo que hiciera bien las respiraciones, nunca he sido muy buena en eso de respirar.
00:00. Llegó Silvia. Lo primero que hizo, a parte de echarnos una de sus mejores sonrisas, fue llevarnos a la sala de parto natural y ver las contracciones que tenía y lo dilatada que estaba. Me felicitó y me dijo que tenía muchas contracciones y que había dilatado muy bien. Me puso los monitores inalámbricos y llenamos la bañera de la sala. Jorge hizo que la sala se convirtiera en un hogar, comenzó a poner palo santo, inciensos, y cambió de mantra, pasamos a Mere Gurudev de Manu Om.
Las contracciones no cesaban, de hecho, desde las doce estuve en contracción pura. Me metí en la bañera y por momentos agarraba y apretaba la mano de Silvia, tan fuerte como si no hubiera un mañana. No se quejó en ningún momento, al contrario, me apoyaba y me daba tal seguridad que me hacía confiar en que sí podía hacerlo. Que no pasaba nada por ser primeriza, porque el canal no estuviera ya abierto, que si yo creía en que podía, podía. Parecía que Leo iba a salir de un momento a otro, así que llamó a Ana, la ginecóloga, para que estuviera en el expulsivo, yo seguía en la bañera retorciéndome de un lado hacia el otro. En esos momentos la cabeza no te acompaña, y menos mal, es mejor dejarla en un segundo plano, ya que si hubiera hablado en ese momento seguro que me hubiera echado la bronca, en plan, “¿qué haces metida en una bañera, sin ni siquiera una vía para traer a tu primer hijo al mundo?”
01:00. Llegó Ana. Como Jorge sabe que la quiero mucho, me dijo: “mira Miluka quien ha llegado” y yo ni siquiera la saludé. En esos momentos no puedes perder ni un segundo de energía, no puedes salirte de la meditación, salir de la meditación es conectar con el dolor, con la mente, y en esos momentos lo único que funciona es la Madre Tierra, la conexión en cuerpo y alma con el bebé.
Ana, Silvia y Jorge hacían un equipazo, en todo momento me hicieron sentir que todo estaba bien, que lo estábamos haciendo de maravilla y que Leo estaría pronto con nosotros.
Cuando llegó Ana, se dio cuenta que la bolsa aún no estaba del todo rota y que eso hacía que Leo no pudiera salir del todo, por lo que intentamos con varios movimientos romperla, viendo que no se rompía me preguntó si quería hacerlo yo misma. Me pareció buena idea, en esos momentos todo lo que haga que tu hijo llegue antes al mundo te parece una gran idea. Así que la rompí con dos dedos y volví a sentir lo que había sentido en la cama, 8 horas antes, un pipí incontrolable que alumbraba la llegada de Leo.
Salí de la bañera porque Ana me propuso probar en las cuerdas otras posturas para que Leo coronara bien. Ahí se dio cuenta que lo mejor era que me tumbara y que me moviera de derecha a izquierda para que Leo encajara bien la cabeza y pudiera salir.
02:30. Comenzábamos el viaje del parto seco. Ana viendo que aún me quedaba tiempo para el expulsivo se fue y nos quedamos allí el núcleo duro: Jorge, Silvia, Leo y yo.
Silvia: “Lo estás haciendo de maravilla, ya no te queda nada, en muy poquito, Leo está aquí”.
Jorge: “Polita, quieres que cambie el mantra o ponga más palo santo?”.
Tiempo después me contó que como no le decía nada, finalmente hizo lo que quiso. Yo en esos momentos podía haber escuchado hasta heavy metal, el viaje era muy profundo, me sentía segura, pero incluso en esos momentos, me dije “menos mal que estamos acompañados de Jorge, Silvia y Ana, este viaje sin amor y compañía no podría hacerlo”. El viaje del parto seco es como subir a la cima de una montaña sin agua.
De repente, llegó Ana de nuevo, eso significaba que Leo estaba al caer, así que comencé a apretar muy, muy fuerte. A Silvia le seguí aplastando su mano con mi mano, su sonrisa no cesaba. A Ana llegué incluso a aplastarle un pecho con mi pie, todos se reían. Y a Jorge lo agarraba entero para ayudarme con el impulso.
Éramos UNO, una misma y única célula con el único fin de traer al mundo a Leo, de la forma más amorosa y respetada que fuera posible.
No recuerdo gritos, ni palabrotas, alguna broma sí hice, recuerdo que dije “será hijo de su madre”, pero desde el humor y en el expulsivo. Éramos un equipazo, hubiésemos ganado a cualquier equipo de futbol, estábamos 100% compenetrados, Jorge -sin que nadie le preguntara- me puso las manos en la vagina y cuando la matrona lo vio le dio corriendo unos guantes.
Jorge lloraba y me decía “vamos, Polita, que Leo, ya está aquí, que lo veo, ¡lo estás haciendo muy bien!”. En esos momentos no sé si me quedaban o no fuerzas, lo que sí sé es que las saqué, empecé a empujar, a visualizar que ya estaba en mis brazos y a cada contracción Ana y Silvia me decían, “ahora, ahora, vamos Miluka”. Descansaba en los segundos que no tenía contracción y cuando volvía la contracción volvía a empujar, volvíamos a empujar. Ojalá tuviéramos una imagen de aquél momento.
05:00. Leo no llegaba y ahí seguíamos, Jorge con las manos en mi vagina, Ana al frente sorteando alguna que otra patada y Silvia a mi lado, dándome amor y aguantando mis apretones de manos. Leo llevaba casi tres horas coronado.
Jorge cambió el mantra y comenzó a sonar la canción Aria (per respirare) de Giovanni Allevi. Con esa canción llegó Leo al mundo.
De repente, en una de las contracciones, Ana me dijo: “Es la definitiva, Miluka, aprieta, aprieta fuerte”. Me besó las piernas y me dijo que me besaba como si fuera su hija.
Jorge seguía llorando: “Miluka, está ahí, está ahí, lo veo”.
Ana fue corriendo a por un espejo para que yo viera que el bebote ya estaba ahí: “Lo ves, está ahí Miluka, en dos empujones está con nosotros”.
Fue muy divertido porque yo no llevaba gafas, así que no veía nada, pero daba igual, lo veía.
No sé cuántos empujones más fueron, lo que sí sé es que sentí el aro de fuego, ese momento en el que el bebé está abriendo la puerta. Leo estaba a un instante de darle al Play. Así que apreté con la confianza de que ya estaba aquí. Y de repente salió la cabeza, ¡ya sólo quedaban los brazos y el cuerpecito! Recordaba a la profe de preparación al parto que decía que después de la cabeza el resto era pura mantequilla, así que apreté un poquito para ver como mi mantequilla favorita venía a este mundo. Y llegó, a las 05:53.
Qué momento cuando te ponen a tu hijo en el pecho, cuando le ves la cara, cuando ves que respira y que te mira. No hay palabras en este mundo para explicarlo. Fue Jorge quien cortó el cordón umbilical. Después de todo el viaje, parecía una matrona más. Leo no lloró al nacer, creo que tuvo mucho que ver con que su llegada fue muy amorosa.
Lo que yo no sabía era que después de dar a luz a Leo, me tocaba dar a luz a la placenta. Fue muy llevadero y más porque ya tenía a Leo en este mundo.
Ana me miró, me revisó y me dijo: “no es necesario ponerte ningún punto, Jorge ha hecho un trabajo impecable, vamos a tener que contratarlo”.
A día de hoy, cuando pienso en Ana y Silvia sólo siento agradecimiento, hermandad y amor puro. Recuerdo que cuando vino Ana a verme a la habitación al día siguiente, sólo podía decirle que la quería, que la quería. Con ellas he vivido la experiencia más bonita de mi vida y ha sido gracias a cómo son que la experiencia ha sido tan maravillosa.
En cuanto acabé les dije que repetiría en ese mismo momento. Sé que suena muy osado por mi parte pero os prometo que es la experiencia más bonita y placentera que he vivido nunca.
El dolor toma otro color cuando estás rodeada de amor»